150 AÑOS TRATANDO DE PROTEGER A LAS PLAZAS
El 6 de octubre de 1862 se sancionó la Ley N° 364 por el Senado de la Provincia de Buenos Aires que textualmente expresa:
“Se declara de uso común las plazas públicas de Buenos Aires, cualesquiera que sean sus extensiones y queda prohibida su enajenación, como la construcción de mercados o cualquier otro edificio en ellas.”
En aquél tiempo, nuestra ciudad era la Capital de la Provincia por lo que esa legislación se aplicó específicamente a ella y hoy se encuentra plenamente vigente ya que, posteriormente, se ratificó por la Municipalidad de la Ciudad publicándose en la Memoria de 1881 y en varios digestos, algunos tan actuales como el de 1993. Por la denominada Ley Cafiero (1996) la actual Ciudad Autónoma de Buenos Aires heredó todas esas leyes en pleno derecho. En 1992 se crearon los distritos APH (Áreas de Protección Histórica) que incluyen en sus muchos ejemplos a jardines públicos históricos impidiendo su alteración. En 1993 se sancionó la Ordenanza Municipal Nº 46.229 que impide la concesión, transferencia o permiso de uso en todo espacio verde público. En 1994, por la Ordenanza Municipal Nº 47.655 (completada en 2008 con la ley Nº 2936) quedó prohibida la instalación de carteleras y todo tipo de publicidad institucional, comercial y política en espacios verdes públicos.
En resumen, el párrafo anterior pretende ilustrar acerca de algunas de las diferentes normas que en el lapso de un siglo y medio han tratado de preservar un patrimonio frágil de altísimo valor como son los jardines públicos.
¿Cuál era la situación en 1862?
La superficie de la urbe era de 18.141 ha y su población de 187.000 individuos (ambas cifras incluyen los Partidos de Flores y Belgrano incorporados más tarde), por lo que la densidad poblacional era de 10 habitantes por hectárea.
La Municipalidad se había establecido pocos años antes (en 1854) e inmediatamente había procedido a encargar a Prilidiano Pueyrredon la reforma de la Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo) instalándose desde ese momento el concepto de plaza pública que llega a nuestros días con la inclusión de la vegetación pues antes eran plazas secas. Muy pronto, las otras plazas porteñas imitaron a la plaza matriz y se matizaron de verde.
Los vecinos contaban entonces con una escasa docena de paseos ajardinados, no existía el Parque 3 de Febrero ni los otros parques y plazas actuales, pero la incidencia de la edificación era ínfima y todavía existía una naturaleza al alcance de la mano pues el territorio era mayoritariamente virgen, las quintas productivas y los jardines de placer acentuaban la vida entre elementos naturales
¿Cómo es la situación actual?
El ilimitado desarrollo de construcciones y de población ha hecho de nuestra ciudad un ejemplo de lo que no hay que hacer. De acuerdo al Censo del Bicentenario la densidad de Buenos Aires es hoy es de 144,5 habitantes por hectárea, o sea, casi 15 veces más que hace tantísimos años. En los papeles y en los discursos aparecen cientos de plazas y parques pero son muchas veces sólo designaciones, el Parque 3 de Febrero por ejemplo incluye más de treinta plazas con distintos nombres en un solo espacio verde. No queda mucho suelo libre para dedicarlo a jardines públicos y el que resta se está hipotecando con distintos proyectos que enfatizarán el alarmante déficit de verde: la Organización Mundial de la Salud indica que las ciudades deben tener entre 10 y 15 m2. por habitante, nosotros apenas alcanzamos los 1,8 m2 parquizados y otros 1,17m2 de la Reserva Ecológica.
Los jardines públicos brindan beneficios sanitarios, higiénicos, aereatorios, psicológicos y sociales. Son indispensables para el equilibrio humano. Enfretamos una dramática situación: o hacemos de nuestra casa común un espacio vivible y equilibrado o sucumbiremos a la alienación de la sociedad.
Las leyes se dictan para ser cumplidas pues son la base de toda convivencia. Especialmente aquellas que tienen semejante antigüedad y que fueran tantas veces ratificadas.
Estas líneas quieren dejar bien en claro que en las plazas y parques de Buenos Aires no se puede construir NADA. Ni clubes de jubilados, ni centros de salud, ni escuelas, ni estaciones de subte, ni bares …, por más importantes que estas actividades sean para la comunidad. Para todas ellas hay que disponer de otros terrenos que no sean espacios verdes.
Siempre, en toda sociedad, hay personas que se ocupan de construir y proteger el bien común, tales aquellos legisladores de 1862 y los que continuaron tratando de cuidar los retazos de naturaleza con arte que se crearon dentro de la urbe. También, hay personas que están más interesadas en los negocios y burlan las leyes (o pretenden crearlas) para poder concretarlos, sin importarles ni siquiera el ambiente en el que ellos mismos viven y en el que se supone vivirán sus hijos y nietos.
Dra. Sonia Berjman